Puede resultar asombroso descubrir hasta qué punto puede
influir una tierna infancia en una óptima y coherente gestión empresarial. Un
buen líder debería revisar su pasado y plantearse qué tipo de relación tuvo con
la figura de apego infantil que hoy marca su presente. Este hecho,
aparentemente trivial, es crucial para definir a un buen, o no tan buen, líder.
¿Cómo podemos definir el apego? Es el vínculo afectuoso entre
el bebé y su protector; existe un apego seguro, el ideal y más sano, en el que
ambas partes viven una relación cálida y afectuosa. Sin embargo, al igual que
ocurre en las organizaciones, lo idílico no es siempre lo habitual. Para
demostrarlo, basta con reconocer otros dos tipos de apego: el
ansioso-ambivalente, caracterizado por la injusticia y la inconsistencia, y el
evitativo, que genera distanciamiento, hostilidad y frialdad.
Si extrapolamos este apego pueril al ámbito profesional,
comprobaremos que sólo un líder con apego seguro podrá gestionar con éxito una
empresa. ¿Cómo creer en una persona distante que no transmite seguridad a sus
empleados? ¿Cómo depender de un líder con apego ansioso-ambivalente que no
confía en los demás y busca su propio beneficio? Dependiendo de cómo haya definido el lazo
inicial con su cuidador, un líder desarrollará una determinada predisposición a
la hora de tomar buenas o malas decisiones.
¿En qué lado queremos estar?
Fabiola García
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